Un novel que se convirtió en NOBEL

También nosotros nos sorprendimos. Todos se sorprendieron. Algunos incluso - como el león de Natuba - se habrán rascado las orejas más que de costumbre.

Era cierto, el Nobel de literatura 2010 era para Zavalita, que esta vez miraba las calles con amor. Nunca dudamos de tu calidad literaria, Mario (permíteme el atrevimiento de tutearte). Dudábamos, mas bien, de la seriedad del premio y de la coherencia de sus decisiones: ¿Qué demonios creativos tenían Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz que no tuvieras tú?.

Las reflexiones políticas y los aplicados comentarios sobre la obra narrativa, teatral y ensayística vargallosiana se actualizarán y, como si fuera poco, emanarán otras en abundancia por estos días. Nos parece que hacer una más sería ocioso y digno de perderse en el anonimato como se perdería quizás un grano de arroz en un local de Mistura .

Quisiera rescatar solamente la perseverancia, el esfuerzo y la seriedad de nuestro escritor por hacer de la literatura una profesión para él. Sacando cuentas son más de 50 años escribiendo, ya sea a mano o usando una máquina de escribir en sus comienzos. Posteriormente y de seguro, continuó con una PC y después con una laptop o notebook. Pero antes de la bendita llegada de la tecnología, recuerdo que había que ser muy cuidadoso con lo que se escribía para no romper la hoja teniendo ya un 95% de lo avanzado. Y si eso ocurría, había que seguir quemando neuronas (e hígado también) hasta nuevo aviso. En narrativa, unas comas o unos puntos mal ubicados pueden cambiar la cara del lector y hacer que renuncie al placentero cautiverio de la ficción. Y no hablemos de las palabras, que ya merecería un punto aparte.

Memoria a corto y a largo plazo, atención visual sostenida, concentración, selección léxica, corrección ortográfica...algo de eso y más (leáse aislamiento, dieta y sueño no recuperado) tiene la labor de un escritor novel.

Ahora, para pasar de ser un novel a un NOBEL se necesita mucho más que el trabajo y los sacrificios ya mencionados. Mario Vargas Llosa viaja para investigar el marco narrativo de sus novelas, se empapa de material bibliográfico y hemerográfico sobre el lugar, sostiene conversaciones con los pobladores, toma apuntes con la precisión de un periodista y seguramente toma fotos también.

Pensar que de ahí todavía sigue la propia elaboración de la obra: recrear el argumento, construir los personajes, inventarles unos nombres que no parezcan demasiado azarosos, subir y bajar párrafos, engrosarlos en unas páginas y volverlos livianos en otras, pulir las frases que darán inicio y térmno a la novela, adecuar un buen título, etc. Guardando las distancias, sabemos que casi el mismo rigor estético es reclamado por los demás géneros.

Bueno, se terminó la obra pero no el trabajo. Es como un hijo que acaba de nacer y hay que hacerle su chequeo médico para luego registrarlo y preparar su presentación en sociedad. Viene, a continuación, las coordinaciones con la casa editorial, la muy probable modificación del texto y la tan esperada publicación con el trabajo de marketing que eso conlleva.

Nuestro escribidor arequipeño se toma la chamba en serio, francamente.

Gracias Mario, muchas gracias. Cuántos elogios de una madrastra o de unos jefes habrás recibido. Como profesor de literatura nos has enseñado que convertirse en un gran escritor no consiste en conformarse con ser un mediocre que vive encerrado en su escritorio esperando que lo ayude la Musa de la inspiración (a ver si así le sale algo), sino un profesional de la palabra y de la acción.

Ya no recuerdo ahora quién mató a Palomino Molero, pero sí recuerdo quién mató mi aburrimiento como un cachorro que, caminando por la ciudad y los perros, se queda mirando de reojo la Casa Verde, a ver si se le aparece por ahí una visitadora (o una traviesa niña mala) para invitarla a la Fiesta del Chivo.

Claro, no será el sueño de un celta, pero sí de un peruano.

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